Casi La Luna by Alice Sebold

Casi La Luna by Alice Sebold

autor:Alice Sebold
La lengua: es
Format: mobi
ISBN: 9788483469040
editor: Random House Mondadori
publicado: 2009-09-14T16:00:00+00:00


Llegó un día en que mi padre comenzó a dormir en la habitación de invitados. Por la mañana se levantaba y hacía la cama con esmero, como si nadie se hubiera tumbado en ella la noche antes, como si la cama vacía siguiera esperando al invitado que nunca habría de llegar. Pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta, antes de que, igual que le sucedía a mi madre, no pudiera conciliar el sueño y me pasara las noches escuchando los ruidos de la casa. Cuando alguien arrancaba del soporte los rifles de mi abuelo, oía el chasquido de las abrazaderas que sostenían la colección. Al menos una vez cada tantos meses oí aquel peculiar sonido, y en septiembre de mi último año en el instituto decidí investigar.

Hacía un calor inusitado para septiembre y la humedad no hacía sino aumentar con la caída de la tarde. Gracias a los ruidos de la noche que se colaban por las ventanas abiertas nadie detectó mi presencia en el pasillo y en lo alto de las escaleras. Cuando llegué a la habitación de invitados, abrí la puerta con el mayor sigilo del que fui capaz.

—Vuelve a la cama, Clair —dijo mi padre con tono enfadado, mirando el rifle que descansaba sobre sus piernas, sobre el batín de felpa azul marino.

— ¿Papá?

Levantó la vista y se puso en pie de inmediato. —Eres tú —dijo.

Tenía el rifle en la mano, el cañón apuntando hacia el suelo. A sus espaldas, la cama con las sábanas revueltas. La almohada que, no cabía duda, se había llevado de su habitación. La funda hacía juego con las sábanas de la cama de matrimonio. Encima de la mesa había un vaso de zumo de naranja.

— ¿Qué haces? —pregunté.

—Los estoy limpiando.

— ¿Limpiándolos?

—Las armas son como todo, cariño. Tienen que limpiarse para que funcionen.

— ¿Desde cuándo te interesan las armas?

—Ya estamos.

— ¿Papá?

Tenía la mirada perdida. La clavaba en mí durante unos segundos y de nuevo a la deriva.

— ¿Por qué no traes aquí todas tus cosas? A mí no me engañas.

—No, cariño, no digas tonterías. Vengo alguna vez, cuando no puedo dormir. No quiero molestar a tu madre.

— ¿Has terminado con eso? —pregunté, señalando el rifle con la barbilla.

—Confío en que no le contarás nada de esto a tu madre, ¿de acuerdo? Tiene mucho apego a las armas de su padre y no me gustaría que supiera que las he estado manoseando.

—Has dicho que las estabas limpiando.

—Sí —dijo, y asintió con la cabeza pero no me convenció.

Me sentía incapaz de alejarme de la puerta y caminar hacia él. Siempre me había resultado extraño verlo en pijama y con aquel batín de felpa. Se levantaba y se vestía antes que yo, y se ponía el pijama justo antes de meterse en la cama. En las raras ocasiones en que lo veía de aquella guisa, no sabía cómo clasificarlo. No era el padre que conocía, sino más bien el hombre derrotado cuya presencia se volvió intermitente desde que cumplí los ocho años.

Levantó el rifle, lo devolvió a su soporte y cerró la abrazadera que sujetaba el cañón.



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